Hay un dicho popular que reza que no hay mejor calzado que el zapato viejo para un pie cansado. Y ese refrán lo afirmo a pie juntilla; sé que me apoyan los que lo han vivido también
En días pasados había perdido en las fauces de mi perro, tanto unas zapatillas como unas chancletas muy queridas para mí, sobre todo por su extraordinaria comodidad producto del largo tiempo que las había usado.
Frustración
Decidí salir a las tiendas en búsqueda de algo igual o similar. Si bien encontré unas zapatillas idénticas, no me fue fácil conseguir las chancletas. Después de caminar casi todas las tiendas en el área sin éxito alguno, ya que no había nada ni siquiera parecido, y casi dándome por vencida por el día, me senté en una banca.
Conversé con el Señor Jesús lo siguiente: “No puede ser posible que me vaya sin ninguna chancleta cómoda para mis pies con tanto que las necesito…” Mirando de uno a otro lado sentí que Él me decía: “Camina y entra a esa tienda extraña”. No sé exactamente qué vendían en aquella tienda, pero a simple vista yo concluía que allí no iba a encontrar mis chancletas.
Sorpresa
Con muchas dudas le pregunté a la dependienta si tenían a la venta “flip flops” o chancletas. Me respondió que en un estante en un extremo distante del local había algunas. Miré y solo había unas pocas para hombres; busqué por detrás y había unas pocas para mujeres. Pero… ¡enhorabuena!
Eran las mismas que me había roto mi mascota… ¡idénticas! Yo estaba muy segura de que no las iba a encontrar en esas tiendas porque las había comprado en otro país. Tal fue mi alegría ese día que solo podía catalogar ese suceso como un milagro de humor… ¡y es que me parecía estar viendo el rostro del Señor sonreído ante mi felicidad!
No cabe duda que Dios nos ayuda en lo mucho… ¡pero también en lo poco!
Ana de Irigoyen
Situaciones Asversas
Para cerrar la semana les envío una narración-testimonio sobre un suceso, a la vista de muchos, pequeño, pero para su autora, digno de recordar y celebrar. Y es que todos nosotros enfrentamos diariamente situaciones adversas que, sin ser necesariamente clasificables como genuinos desastres, sí alteran nuestra manera de operar.
Cuando esas cosas ocurren, muchos preferimos ignorarlas y simplemente sufrir las consecuencias. Pero cuando decidimos incluir a Dios en la ecuación, definitivamente vamos a ser sorprendidos por la manera en que Él interviene a nuestro favor. En este caso particular, la autora se deleita en la dicha de sus pies… pero, ¿y qué de nosotros?
Raúl Irigoyen
El Pensamiento Del Capellán