Neuroteología y Oración
La corriente conocida como neuroteología, parece dar una nueva dimensión, completamente alejada de la irracionalidad fanática. Más bien todo lo contrario, intenta explicar científicamente un fenómeno inherente al ser humano, la espiritualidad. Las creencias en Dios tienen un fundamento científico, explicable a partir del funcionamiento cerebral.
Según la neuroteología, la estructura del cerebro estaría predispuesta para tener experiencias espirituales o metafísicas, incluida la creencia en un Creador. Los sustratos del sistema límbico, situados en lo más profundo del cerebro, son el centro de nuestras emociones. El hipocampo y la amígdala cerebral, son estructuras que se asocian con las creencias espirituales.
Actividad Cerebral
Para demostrarlo, los investigadores escanearon la actividad cerebral de varios sujetos mientras tenían sus estados de meditación o introspección espiritual. El incremento de la actividad cerebral, deja ver que a diferencia de los no creyentes, en los sujetos religiosos, la actividad cerebral mostró un cambio dramático.
Los neurocientíficos afirman que esta inusual actividad cerebral -de pensar en Dios- se puede contrastar con otros cerebros de personas depresivas, obsesivas o alegres.
Explicación Básica
Esta polémica tesis puede dar una explicación básica sobre las experiencias contadas por personas con una alta espiritualidad. De lo que se desprende que los “neurotransmisores de Dios”, (una forma de decirlo) estarían presentes en personas religiosas y ausentes en los agnósticos y ateos.
La fe en Dios, crearía una nueva red de transmisores neuronales, alterando completamente la manera en la que el cerebro funciona. Esto explica por qué los creyentes piensan y sienten tan distinto de quienes no comparten su fe.
Interesante investigación
Según una importante investigación realizada por la National Geographic, científicos han descubierto la posibilidad de que la creencia en Dios esté arraigada en forma natural a nuestro cerebro, aun cuando una persona nunca se le haya hablado de Dios o que insista en ser atea.
El doctor Andrew Newberg, que investiga profundamente la “neuroteología”; realizó varios estudios del cerebro, en relación de lo que sucede cuando una persona ora o medita en Dios.
Dinámica En Acción
La dinámica consistió en probar con un grupo considerable de personas no creyentes y sin simpatías religiosas, pero con algún tipo de trastorno mental, para que se sometieran a un proceso de ocho semanas donde su objetivo era pensar en una fuerza superior y si fuera posible hablar con un Dios al cual no conocían, pero que sí existe.
Relación Profunda
“Ellas tuvieron una mejoría alrededor del 10 al 15 por ciento. Esto fue solo por ocho semanas, con tan solo 12 minutos al día, por lo que se puede imaginar lo que ocurre con las personas que tienen una relación más profunda con Dios y que hacen estas prácticas durante varias horas al día, durante años”, dijo Newberg.
Ansiedad, depresión, estrés… males de nuestros días
De lo anterior se desprende que en todos los casos de problemas emocionales, situaciones mentales leves o graves, el impacto de la Palabra de Dios y el tiempo de oración, son elementos claves que de alguna forma suministran al cerebro una fortaleza y ayuda para los mismos neurotransmisores, que la postre fueron creados por Dios y tienen su sello.
De manera tal que la misma ciencia reconoce que el cerebro tiene elementos que responden al “Manual del fabricante”, por eso es imperativo que en todos los casos de problemas que tengan que ver con la “psique” y al margen de que una persona tenga que ayudarse de algún medicamento transitoriamente para levantar la serotonina, nivelar la norepinefrina o algún otro neurotransmisor, siempre se debe tomar en cuenta a Dios y su Palabra, para una mejor y segura recuperación.
Herramienta Imperativa
Y esto incluye el suministro de la Palabra de Señor como una herramienta imperativa, así como más tiempo de oración, para todos, pero sobre todo para aquellas personas con conflictos mentales o aquellos que la faena de la vida, los ha llevado a vivir una rutina llena de ansiedad y estrés, algo que de no saber regular, terminará pasando la factura al resto del cuerpo, en virtud de que somos seres tripartitos; alma, cuerpo y espíritu.
Fuentes: National Geographic / Andrés Castaño
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